El punto es que en la mayoría de ocasiones, los reproches giran entorno a lo precipitada y supuestamente enfermiza que resulta la idea del suicidio. Sin embargo, cuando el individuo atraviesa por una situación límite en verdad irreversible, como por ejemplo una enfermedad en fase terminal o la invalidez extrema, los demás, sabiendo que no existe oportunidad ni consuelo ante algo así, recurren al manido argumento religioso: solo Dios puede tomar tu vida.
En estos casos, el llamado derecho a la vida se convierte en un antojadizo deber de vivir a toda costa, aun si las circunstancias son insoportables y si la tan anhelada calidad se fue al tacho de basura. Las sociedades de todas las épocas han aplaudido las rebeliones por causas independentistas y revolucionarias, en donde miles de seres humanos han preferido la muerte a una vida sin calidad, sin autonomía, sometida y esclavizada.
¿Por qué entonces negarle la muerte a un individuo que se rehúsa a vivir bajo la tiranía de la invalidez o el dolor crónico de una lenta enfermedad que igual triunfará? ¿por qué llenarlo de más miedo con absurdos chantajes emocionales de carácter religioso? ¿acaso no es esta persona otro ejemplo de rebelde que prefiere morir de pie a vivir de rodillas?
Desde luego, si Dios es el único que puede tomar la vida, es obvio que no se hará presente para ello, sino que recurrirá al envejecimiento del cuerpo, al azar a través de un accidente mortal, a la evolución de ese cáncer terminal, a la voluntad de un delincuente asesino o, por qué no, a la voluntad propia a través de un tiro en la sien.
2- El absurdo suicidio por amor (testimonio).
2- El absurdo suicidio por amor (testimonio).
"Cuando terminé una relación de cuatro años con una chica, las primeras semanas me sentí regular, casi bien, quizá por el hecho de que no había asimilado la situación. Pero con el transcurrir de más semanas recordé muchos momentos, reviví ilusiones, promesas, y así fue como caí en una profunda depresión que duró varios meses. Sinceramente aún no puedo decir que haya salido de ella del todo.
El peor momento fue en enero, paraba deprimido todo el tiempo y había comenzado a bajar de peso, dormía doce horas un día y apenas dos el siguiente, entre otros desequilibrios. Intentaba hablar con ella a ver si algo se podía hacer, pero sus rechazos me hundían más en el pozo. A esas alturas empecé a consumir drogas y a juntarme con personas que, para mi suerte, me las obsequiaban.
Pero sin duda lo más crítico llegó a final del mes, en donde con la cabeza casi fría, luego de varios días meditando, tomé la decisión de acabar con mi vida. Me sentí seguro de tal opción, pensé en emborracharme y cortarme las venas porque no tenía ningún cuento para visitar a mi tío y pedirle su pistola. Es así que fui a la cocina confiando en las varias botellas de vino que quedaron por las celebraciones de diciembre.
Para mi desgracia y sorpresa, no estaban. Me irrité y busqué en el repostero, en el almacén; en los armarios de las recámaras, en el sótano, en todas partes y no encontré nada. La frustración fue enorme, no quería tener que soportar el dolor de los cortes en las muñecas, la embriaguez era mi solución y se había esfumado.
Tenía dos opciones: hacer el último gasto de mi vida comprando tres botellas, o proceder a cortarme en estado de lucidez. Por la rabia casi me decanto por la segunda alternativa. No obstante, en ese preciso momento llegó mi madre y por eso tuve que fingir normalidad. Entró, me saludó y me hizo unas preguntas referentes al día que había transcurrido.
Su presencia me estaba incomodando, pero de tanto que simulaba tranquilidad, me sugestioné y realmente me llegué a sentir más relajado. A los pocos minutos salí a caminar, y si bien no me reproché ni arrepentí por lo que había estado a punto de hacer, me imaginé que hubiera pasado luego de mi suicidio. No pensé en la tristeza de mi familia, en verdad eso me importó muy poco, casi nada.
En lo que sí pensé fue en mi ex-novia; considerando sus últimas actitudes conmigo, la imaginé apenas conmocionada por la noticia, quizá sólo por algunos días. Luego la imaginé con el ego crecido y contándole a sus amistades "mi ex se suicidó por mí", eso me comenzó a amargar. A continuación, la imaginé al cabo de un par de meses en los brazos de otro chico, contándole al menos una vez "mi ex se mató por mí".
En pocas palabras, la vi continuando su vida sin ningún problema, tomando mi muerte como una especie de prueba de lo insuperable que ella es como mujer, entre otras cosas que reforzarían su ego femenino. Eso me hizo cerrar los puños del enfado al punto de sentir odio. Había comprendido que no tenía sentido matarme por ella, al fin y al cabo ya ni siquiera le importaba e incluso corrían rumores de que estaba saliendo con otro.
Entendí que era totalmente absurda esa idea romántica de convertirme en un "héroe del amor". Así creció un poco de orgullo y dignidad en mí, pensé en todas las cosas que podía hacer en la vida que me quedaba por delante y por eso me reanimé. Seguí deprimido por ella en los meses posteriores y también continué drogándome por un tiempo más, pero ya nunca volví a contemplar el suicido. Amor propio le llaman. Ése es el único que finalmente importa".
3- Sobre la pasión como propósito.
3- Sobre la pasión como propósito.
Hay gente que tarda años en esa búsqueda probando varias opciones que le cautivan en las distintas etapas de la vida, haciendo una suerte de ensayo y error que las más de las veces termina cediendo por la presión del tiempo y la urgencia del dinero, lo que significa vivir como asalariado y conformarse con la mediocridad que eso conlleva en todas las áreas.
No obstante, hay algunos seres que no parecen necesitar de dicha búsqueda, pues desde temprana edad manifiestan eso para lo que "han venido" y tienen la "misión" de educar. Llámese el talento para dibujar, pintar, bailar, escribir, hacer cálculos, abstraer, etc. Definiendo de ese modo el rumbo, el llamado propósito o telos personal.
En el momento del descubrimiento, el más orgulloso no es el sujeto, sino su madre o tutor, quien llega a pensar que Dios lo cuidará a toda costa para que alcance su meta porque "para eso ha venido". Así el individuo crece y se convierte en un vehemente admirable. Por desgracia, no son pocos los casos de grandes apasionados que han quedado incapacitados de seguir cultivándose.
No es raro escuchar de algún futuro violinista que se quedó sin manos, de una joven promesa del atletismo que ahora está en silla de ruedas, de la hermosa soprano que perdió la voz, etc. Es sensato y comprensible que aquellas personas, después de dedicar toda su vida a cultivar y crecer en su pasión, no le vean sentido a seguir respirando una vez que esta les fue arrebatada.
Si se arruinó el propósito que demandó años educar, que exigió privaciones y pocos placeres mundanos, si se ha construido la vida entorno a él ¿para qué seguir viviendo si no hay vuelta atrás? ¿el derecho a la vida pasa automáticamente a ser un deber cuando no le vemos sostén? ¿el individuo debe cambiar toda su estructura mental y aspiraciones únicamente para continuar respirando?
El apasionado que opta por el suicidio en estas circunstancias, no solo es emocional, también es perfectamente racional.
Cuando un individuo expresa su completo desencanto frente a la existencia, su contemplación frente a la idea del suicidio, o cuanto menos sus quejas sobre lo que le viene pasando, a sus conocidos se les activa inmediatamente el instinto paladín de defensa vital; lo que les hace afirmar que la vida es hermosa, que es un increíble regalo y que el sufrido en cuestión debe disfrutarla imperativamente.
Por desgracia, ese recurso para dar ánimos al que sufre no ayuda en nada, sino que es como propinarle un tortazo en la cara, una bofetada o, lo que es peor, una cruel burla o sarcasmo. Imaginemos por un momento que un conocido nuestro vive en un basural lleno de enfermedades y pestes olfativas, a lo que él se queja "el aire es una peste, quiero perder el olfato"; si le decimos "!te equivocas tonto, el aire es delicioso y fragante! ¡respira o jódete!" ¿cómo crees que lo tomará?
Frente a esto lo más conciliador parece afirmar que la vida es bastante relativa, que si es hermosa u horrible depende mucho de las circunstancias y de la actitud personal de uno. Sin embargo, cuando hacemos hincapié en preguntar "¿entonces objetivamente cómo es la vida?", se evitará la respuesta a toda costa, se desviará hacia cualquier otro punto.
Y es que hay que admitirlo, la vida objetivamente no es hermosa, sino muy horrible, una serie de peligros y terrores. Tan solo basta mirar la naturaleza y su "ley de la selva". El hecho de que el hombre haya tenido que valerse de constructos sociales, inventos tecnológicos. normas, entre otras muchas cosas, hace patente que la vida en sí misma es terrible y azarosa.
Que luchar sea regla absoluta en todo momento, demuestra que la vida intrinsecamente es cruel y no tiene ninguna contemplación con nada ni nadie. Que necesitemos crearnos propósitos y creer en sentidos trascendentes hace patente que la vida por sí sola no satisface a nadie, y que por ende no es hermosa. Habría que estar loco para darle ese adjetivo.
Es más, el hecho de que el discurso de la felicidad y la maximización de la vida se pregone a viva voz y por todos los flancos, demuestra con más evidencia lo opuesto, porque mucho se habla de lo que no se tiene. Y claro, cualquier discurso contrario es fácilmente censurado con ad hominens del tipo "qué infancia tan triste habrás tenido", "seguro vives deprimido", etc. Porque, obviamente, a nadie le gusta que le digan infeliz, pobre, traumado, resentido, frustrado, entre otras cosas.
Harina de otro costal es que, con una serie de condiciones, la vida se pueda volver hermosa para un individuo o grupo, y de forma larga o corta. A ese punto hay que llegar: la vida objetivamente es abominable, pero subjetivamente puede ser soportable e incluso bella.
Para eso se necesita una cooperación más inteligente con el que sufre, no sentimentalismos baratos y reciclados extraídos de un libro empalagoso de autoayuda, y que para colmo son pontificados con la crueldad y radicalismo propio de una selección natural. Eso sin duda empuja más al suicidio.
5- El suicido ¿es de cobardes?
Afirmar que el suicidio es una salida cobarde a los problemas es el juicio número 1 que recibe el hastiado de la vida. No contento con que muchos lo juzguen de traumado o infeliz por su condición, resulta que también es criticado por cobarde. Peor aún si se trata de un hombre, porque a las mujeres se les suele pasar todo, pero a un hombre no, un hombre debe comportarse como hombre, no ser una mujercita.
Hay que proponerles un juego curioso a todos quienes juzgan de cobardes a los suicidas, un reto que hay que mencionar no cuando se estén tocado temas referentes a la lucha por la vida y a las desgracias de esta, sino cuando tu grupo de amigos se encuentre desperdiciando el tiempo hablando sobre cualquier cosa baladí. Ahí, en ese momento, hay que plantearles una situación relativamente extrema que contemple el suicidio.
¿Qué es lo más probable que dirán? vamos, de seguro más de uno ya lo ha hecho con anterioridad y las respuestas unánimes han sido del tipo "no podría darme un tiro, no sé, no podría, no tengo los huevos para hacerlo. Qué difícil weon" ¿Lo ves? para quitarse la vida no hace falta ser cobarde, se necesita muchos "huevos" o un sufrimiento (físico y/o emocional) más fuerte que el miedo a morir, más poderoso que el instinto de supervivencia.
Una vez una sobreviviente de Hiroshima contó toda la odisea por la que pasó: perdió a sus padres, perdió a otros familiares debido a un cáncer producto de la radiación, y vio con sus propios ojos como su hermana, harta de la existencia que le había tocado al perderlo todo y a todos, se arrojó a los rieles de un tren. La señora, ya anciana, dijo "al ver a mi hermana muerta de esa forma comprendí que las dos fuimos valientes: yo tuve valentía para vivir y ella para morir".
Suficiente tiene el suicida con el sufrimiento que aún está decidiendo soportar. Si quieres mantenerlo en esta vida, apóyalo con todo lo que puedas, pero no lo hagas sentir peor diciéndole cobarde. Quizá tenga mucha más valentía que tú, aunque una valentía que en este caso no es conveniente que sea demostrada.
Por desgracia, ese recurso para dar ánimos al que sufre no ayuda en nada, sino que es como propinarle un tortazo en la cara, una bofetada o, lo que es peor, una cruel burla o sarcasmo. Imaginemos por un momento que un conocido nuestro vive en un basural lleno de enfermedades y pestes olfativas, a lo que él se queja "el aire es una peste, quiero perder el olfato"; si le decimos "!te equivocas tonto, el aire es delicioso y fragante! ¡respira o jódete!" ¿cómo crees que lo tomará?
Frente a esto lo más conciliador parece afirmar que la vida es bastante relativa, que si es hermosa u horrible depende mucho de las circunstancias y de la actitud personal de uno. Sin embargo, cuando hacemos hincapié en preguntar "¿entonces objetivamente cómo es la vida?", se evitará la respuesta a toda costa, se desviará hacia cualquier otro punto.
Y es que hay que admitirlo, la vida objetivamente no es hermosa, sino muy horrible, una serie de peligros y terrores. Tan solo basta mirar la naturaleza y su "ley de la selva". El hecho de que el hombre haya tenido que valerse de constructos sociales, inventos tecnológicos. normas, entre otras muchas cosas, hace patente que la vida en sí misma es terrible y azarosa.
Que luchar sea regla absoluta en todo momento, demuestra que la vida intrinsecamente es cruel y no tiene ninguna contemplación con nada ni nadie. Que necesitemos crearnos propósitos y creer en sentidos trascendentes hace patente que la vida por sí sola no satisface a nadie, y que por ende no es hermosa. Habría que estar loco para darle ese adjetivo.
Es más, el hecho de que el discurso de la felicidad y la maximización de la vida se pregone a viva voz y por todos los flancos, demuestra con más evidencia lo opuesto, porque mucho se habla de lo que no se tiene. Y claro, cualquier discurso contrario es fácilmente censurado con ad hominens del tipo "qué infancia tan triste habrás tenido", "seguro vives deprimido", etc. Porque, obviamente, a nadie le gusta que le digan infeliz, pobre, traumado, resentido, frustrado, entre otras cosas.
Harina de otro costal es que, con una serie de condiciones, la vida se pueda volver hermosa para un individuo o grupo, y de forma larga o corta. A ese punto hay que llegar: la vida objetivamente es abominable, pero subjetivamente puede ser soportable e incluso bella.
Para eso se necesita una cooperación más inteligente con el que sufre, no sentimentalismos baratos y reciclados extraídos de un libro empalagoso de autoayuda, y que para colmo son pontificados con la crueldad y radicalismo propio de una selección natural. Eso sin duda empuja más al suicidio.
5- El suicido ¿es de cobardes?
Portada del disco "V-Halmstad" de la banda Shining.
Afirmar que el suicidio es una salida cobarde a los problemas es el juicio número 1 que recibe el hastiado de la vida. No contento con que muchos lo juzguen de traumado o infeliz por su condición, resulta que también es criticado por cobarde. Peor aún si se trata de un hombre, porque a las mujeres se les suele pasar todo, pero a un hombre no, un hombre debe comportarse como hombre, no ser una mujercita.
Hay que proponerles un juego curioso a todos quienes juzgan de cobardes a los suicidas, un reto que hay que mencionar no cuando se estén tocado temas referentes a la lucha por la vida y a las desgracias de esta, sino cuando tu grupo de amigos se encuentre desperdiciando el tiempo hablando sobre cualquier cosa baladí. Ahí, en ese momento, hay que plantearles una situación relativamente extrema que contemple el suicidio.
¿Qué es lo más probable que dirán? vamos, de seguro más de uno ya lo ha hecho con anterioridad y las respuestas unánimes han sido del tipo "no podría darme un tiro, no sé, no podría, no tengo los huevos para hacerlo. Qué difícil weon" ¿Lo ves? para quitarse la vida no hace falta ser cobarde, se necesita muchos "huevos" o un sufrimiento (físico y/o emocional) más fuerte que el miedo a morir, más poderoso que el instinto de supervivencia.
Una vez una sobreviviente de Hiroshima contó toda la odisea por la que pasó: perdió a sus padres, perdió a otros familiares debido a un cáncer producto de la radiación, y vio con sus propios ojos como su hermana, harta de la existencia que le había tocado al perderlo todo y a todos, se arrojó a los rieles de un tren. La señora, ya anciana, dijo "al ver a mi hermana muerta de esa forma comprendí que las dos fuimos valientes: yo tuve valentía para vivir y ella para morir".
Suficiente tiene el suicida con el sufrimiento que aún está decidiendo soportar. Si quieres mantenerlo en esta vida, apóyalo con todo lo que puedas, pero no lo hagas sentir peor diciéndole cobarde. Quizá tenga mucha más valentía que tú, aunque una valentía que en este caso no es conveniente que sea demostrada.
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