Cualquier persona te dirá que lo más lógico es creer en Dios puesto que resulta absurdo afirmar que todo lo que existe "salió de la nada", incluso llegando a decir que eso es lo que piensan los no creyentes y muchos científicos ateos. Sin embargo, atribuir lo existente a la nada es una idea de muy poca o casi nula popularidad entre quienes no creen en dios.
De hecho, son la mayoría de los que creen en él-por no decir todos- los que consideran que las cosas vinieron de la nada. Se dice literalmente desde el colegio en el curso de religión: "dios creó todo de la nada". Eso es conocido como "creación ex nihilo", y aunque es tan obvio para muchos, ni siquiera era popular en la religiosidad occidental clásica.
Por ejemplo, para culturas como la griega lo que existía era el "caos", que luego pasó a un "orden" tal como lo conocemos, lo que suena a una versión mitológica del Big Bang; que por cierto, aunque se trata de una teoría aceptada, origina la pregunta sobre quién o qué lo causó. Es inevitable para nuestra mente buscar una causa primera sin más regresiones.
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Pero no es nada sencillo. Estamos ante algo que se sigue estudiando y conjeturando, donde la mayor honestidad consiste en no caer en el salto insostenible de llenar ese hueco desconocido con la idea de un dios personal, consciente y todopoderoso que hizo toda esta expansión de la nada y con todo el amor del mundo.
Ante tanto misterio hay que ser objetivos, sólo hay que darse cuenta de que la idea de un universo en cierta forma eterno o surgido espontáneamente no suena más increíble que un ser vivo, perfecto, absoluto y eterno que en algún momento se le ocurrió originar todo valiéndose de la nada, tal como sus seguidores creen con fervor.
¿Por qué esa causa original tendría que ser consciente, todopoderosa, benevolente y... eterna? ¿por qué desligar esa causa de su fruto dándole gratuitamente categorías como "espiritual", "inmaterial"? ¿en base a qué se demostraría tal cosa?
En todo caso, la inmanencia sería lo más lógico y una especie de panteísmo lo más respetable e integrador. Pero claro, de ahí vendría otra cosa ¿por qué sacralizar el todo? ¿por qué llamarlo Dios?
Añadirle gratuitamente consciencia, perfección e intemporalidad a una supuesta primera causa libra al sujeto de responder al origen de esta y otras cuestiones, además de darle ínfulas de importancia cósmica en este inhóspito universo. Hasta parece un simple comodín.
Para muchos en la actualidad el hecho de que el universo sea tan grande y presumiblemente "infinito" es una razón para convencernos del inimaginable poder de un diseñador cósmico, un hacedor aún más grande de lo que los primitivos profetas concibieron en sus manuscritos.
No obstante, si te detienes a pensar con más frialdad, verás que tantísima oscuridad estrellada, llena de explosiones monstruosas, de fenómenos inenarrables, de planetas vacíos o a medio formar que quizá alguna vez tuvieron vida o tal vez nunca la tengan, etc, solo hace patente el hecho de que no somos nada en este vacío.
Se pretende aludir a supuestos ajustes finos que permiten "milagrosamente" la vida en el universo, aunque eso choca colosalmente con la realidad de que, dejando a un lado las teorías conspirativas, no hay evidencia alguna de vida extraterrestre, solo de incontrolables fuerzas azarosas que devoran todo a su alrededor y que amenazan constantemente la tranquilidad de los sistemas que hasta donde se sabe nadie habita, mucho menos alguien inteligente.
Y por si esto fuera poco, no es necesario salir del planeta. Aquí mismo se puede ver la imposibilidad que tiene la vida para desarrollarse en muchos ambientes extensos, surgiendo muchas veces de la forma más básica e improductiva, pareciendo más cercana a una especie de accidente o un trabajo a medio camino, y no a un calculo atribuido a un diseñador con inteligencia y consciencia.
Siendo sensatos, no hay razón objetiva para pensar que alguien ahí afuera creó todo esto para nuestra contemplación, y mucho menos con el ánimo de preocuparse por cada uno de nosotros en este punto de arena donde vivimos.
Para mucha gente es una prueba irrefutable de la existencia de Dios el que un 99.9% de los pueblos a lo largo de la existencia haya adorado seres creadores y otras concepciones sobrenaturales. Pero lo único obvio de todo esto es que el hombre es un animal religioso, no es para nada un indicio de una realidad objetiva más allá que haya querido manifestarse inequívocamente en nosotros.
Basta saber que la primera manifestación religiosa fue el animismo, que el hombre comenzó a adorar a los muertos, a las bestias, al agua, a la piedras, a tallar la madera para bailarle alrededor de una fogata, a rendirle culto al sol, al acto sexual y a todo lo que le permitía, como al resto de los animales de las enormes junglas, sobrevivir día a día en la desgarradora naturaleza.
Luego de considerar al viento o al agua una deidad en si misma, se concibió un dios sobre cada elemento (adiós inmanencia). Así, poco a poco, a lo largo de la historia, en ciertos lugares los dioses del sexo, de la sabiduría, de la guerra y de la belleza se jerarquizaron hasta que no hubo otra que dar lugar a un padre de todo que concentrara en sí el absoluto y la perfección.
En vista de ello, resulta evidente que en ningún momento hubo una revelación sobrenatural intencionada por parte de alguien poderoso mirando desde el inframundo, sino solo lentos procesos históricos y geográficos.
Está va más allá que el simple egoísmo, sino que es un antropocentrismo. Cada dios complejo ideado por esta especie no pasa de ser una exageración de las cosas buenas que queremos esperar de otro humano: bueno, servicial, amoroso, fuerte, protector... pero elevado a la infinita potencia y con un marcado carácter paternalista que impide juzgarlo o intentar comprenderlo de veras.
Así, en busca de estar frente a lo perfecto, paradójicamente, nos postramos ante algo bastante... humano; tan útil con frecuencia para dominar a un colectivo hasta puntos cruelmente alienantes y antinaturales. Tan capaz de aliviar, de traer esperanza como de derramar sangre en nombre de una supuesta armonía.
Qué curiosa es la similitud entre la dependencia de un hijo con su padre con la idea de Dios, al que curiosamente también se le llama Padre, y que exige obediencia y constante arrepentimiento a sus hijos. En este punto se observa la versión maximizada de un lazo presente en toda familia y jerarquía social, tan llena de defectos y con absolutamente nada de omnipotencia real.
Eso encierra todo lo anterior y se nota avasalladoramente en todos los puntos. El hombre es el único animal que desarrolló lenguaje, y por ende es capaz de elaborar conceptos, clasificar, valorar, jerarquizar y categorizar el mundo que lo rodea. De ese modo desarrolla e interioriza la vida, la muerte; considera la justicia, la injusticia, la alegría, la desdicha; y vive deseando y tratando de merecer.
Es así que el ser humano tiene la desgracia de ser consciente de mucho y saber que es capaz de controlar tan poco. Logra verse por encima de las demás criaturas con soberbia, pero no admite el hecho de ser tan frágil y mortal como ellas. Su ego no le permite aceptar que al igual que los demás seres, él aquí solo nace, se reproduce y muere. Por eso necesita un propósito bajo otra medida.
Como a pesar de tanto esfuerzo sabe que al final sólo le espera la tierra junto a los cuadrúpedos y los invertebrados, se erige una figura transcendental que lo librará de eso, que le dará vida en un lugar lejos de este mundo que no le satisface y que reafirmará su importancia sobre los demás animales, además de compensarlo. Ese es Dios.
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